25 de febrero de 2009

El dueño

Llegas a la puerta y tocas,
vienes cargado de vida y experiencia,
te invito a pasar, “Acomódate, descansa”.

En un abrir y cerrar de ojos te adueñas del espacio,
sin tener en cuenta lo celosamente guardado que estuvo,
no te importa,
ahora es tuyo.

Encuentras confortable el ambiente,
excitante la compañía,
inigualables… las decisiones atrevidas.

Pasan unos minutos y mueves las costumbres,
las rutinas, las malas mañas y las telarañas del futuro,
de los sueños o los deseos que incrédulamente parecían no existir.

Vienes de visita y todo se hace tuyo:
el cuerpo ardiente,
el corazón que parecía inexistente,
las gotas de una llave cansada y la disposición del horario,
la almohada de la izquierda,
la toalla blanca con el logo de Orange,
el primer cuadrito de cerámica del desayunador,
la silla que da la espalda a la puerta,
la maleta de besos,
el cúmulo de orgasmos,
el jabón líquido y el sonajero colgado en la pared;
un lado del closet,
dos gavetas de las seis (una arriba y otra abajo),
el vaso de cristal y el mueble de la izquierda de la sala.

Las llamadas,
los mensajes,
las canciones,
las salidas,
las entradas,
las ventanas,
y todo lo que encontraste dentro
lo acomodas y lo guardas en un bolsillo.

Con tanta facilidad me amas… y con los límites de tu pasado… te quiero.


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